Lo que necesitamos saber sobre la ansiedad

Las emociones son necesarias para la supervivencia humana. A través de ellas somos alertados de posibles peligros, impulsados a manifestar compasión y empatía, a expresar malestar o desagrado cuando algo no nos gusta o nos incomoda, a accionar frente a la injusticia, pero también son esenciales a la hora de relacionarnos con las personas. Sin embargo, cuando las emociones se activan sin control y fuera del margen de su sentido funcional, pueden traer consecuencias negativas sobre la salud (K. Salaberría, J. Fernández, E. Echeburúa, 1995).

La palabra ansiedad se relaciona habitualmente con nerviosismo, miedo, fobia, estrés y angustia. Si bien todos estos términos están relacionados y comparten características comunes, se ha delimitado la definición del término ansiedad como “un sistema de alerta del organismo ante situaciones consideradas amenazantes, es decir, situaciones que nos afectan y en las que tenemos algo que ganar o que perder” (J.C. Baeza, G. Balaguer, I. Belchi, M. Coronas,  N. Guillamón, 2008, p.1).

La ansiedad, al igual que las emociones, es un componente básico de la condición humana, cuya función es activarnos para actuar ante una posible amenaza, ya sea para luchar, huir o buscar ayuda. Es interesante observar los cambios fisiológicos que ocurren en nuestro cuerpo durante la respuesta adaptativa de ansiedad. Por ejemplo: se dilatan las pupilas para aumentar la agudeza visual, se incrementa la frecuencia cardíaca y la presión sanguínea para bombear mayor cantidad de sangre y generar combustible, la respiración se hace más profunda y rápida, los músculos se tensan y se preparan para actuar, la transpiración aumenta, la digestión se ralentiza y se prioriza el trabajo del cerebro y los músculos (K. Salaberría et al, 1995, p. 70).

Ansiedad funcional y ansiedad patológica

Si bien es difícil delimitar la diferencia entre ansiedad normal (funcional) o patológica, encontramos “cuatro aspectos diferenciadores que pueden ayudar a distinguir una de otra y que se relacionan tanto con las causas como con los efectos de la ansiedad”, explica K. Salaberría et al, citando a Biondi. Éstos serían: la intensidad, frecuencia y duración; la proporción entre la gravedad y la reacción; el grado de sufrimiento subjetivo y cuándo interfiere en el desarrollo de la vida cotidiana (1995, p. 70-71).

La ansiedad patológica puede manifestarse de distintas maneras y bajo diversas circunstancias. Seguramente alguno de estos diagnósticos nos resulta familiar: ataque de pánico, estrés post traumático, fobia, trastorno obsesivo compulsivo; cada uno de ellos representa algunas de las formas de expresión disfuncional de la ansiedad, dentro del encuadre de “trastornos de ansiedad”. Algunos síntomas emergen de manera brusca y esporádica como los ataques de pánico, otros son persistentes en el tiempo como en el caso del trastorno de ansiedad generalizada; algunos se desencadenan luego de un acontecimiento puntual como en el estrés postraumático mientras que otros emergen del interior como respuesta a ideas subjetivas, como en el caso de la fobia social o los trastornos obsesivos compulsivos.

Herramientas prácticas para el manejo de la ansiedad

La ansiedad no se cura, es más, no debe curarse porque es necesaria para nuestra supervivencia, el problema se presenta cuando su exceso comienza a impactar negativamente en la cotidianidad. En ese caso, siempre podemos incorporar herramientas y trabajar para recuperar su  funcionalidad adaptativa (J.C. Baeza et. Al., 2008, epílogo). La terapia cognitiva es utilizada por muchos profesionales de la salud mental para el abordaje de los trastornos de ansiedad, por tratarse de un tratamiento breve, práctico y altamente efectivo.

Vidal J. explica que en la actualidad disponemos de diversas técnicas para aprender a gestionar la ansiedad. Algunas de ellas son: la Técnica de Autoinstrucciones y la Reestructuración Cognitiva, que actúan sobre los pensamientos;  el Entrenamiento en Relajación Muscular Progresiva de Jacobson y la Respiración diafragmática, que reducen la actividad fisiológica de nuestro cuerpo y las Técnicas de Exposición o el Entrenamiento en Habilidades Sociales, que actúan a nivel conductual.

La técnica de reestructuración cognitiva nos ayudará a pensar en lo que pensamos, es decir, cuestionar y analizar nuestros pensamientos, comprobar su veracidad y reelaborarlos de forma más realista. En muchas ocasiones estamos atados a interpretaciones automáticas, lentes a través de los cuales juzgamos nuestra realidad; incorporar nuevas perspectivas, renunciar a falsas creencias y a una inútil rumiación cognitiva, libera nuestra mente y nos capacita para mirar la vida desde otra posición.

Las técnicas de respiración diafragmáticas disminuyen las tensiones y colaboran en la obtención de un estado de calma. Consiste en respirar profundamente, tomando plena consciencia de los procesos internos del cuerpo, en ocasiones con la ayuda de una imagen u objeto. Sus beneficios son descriptos por diversas disciplinas científicas.

Las técnicas de exposición son necesarias para el autoconocimiento y el desarrollo del autocontrol. En muchas ocasiones intentamos evitar los pensamientos ansiosos, o bien tratamos de huir de ellos mediante conductas nocivas para nuestra salud (como por ejemplo la ingesta compulsiva de alimentos o alcohol), sin embargo, la negación no es la mejor estrategia. Exponernos (de forma gradual y controlada) a aquello que nos genera ansiedad nos habilitará para afrontar las emociones y recuperar el control de nuestra vida (Centro de Psicología Área Humana).

El presente artículo es un extracto del trabajo final integrador requerido para la Especialización en Trastornos de Ansiedad, Estrés y Depresión realizada en el Centro Psicosocial Argentino, entregado el 10 de febrero de 2022.

Referencias