Todos los seres vivos se comunican, ya sea a través de sonidos, olores, colores o movimientos. La comunicación les permite informar acerca de sus necesidades, establecer relaciones con otros individuos, dar a conocer sus límites o emitir mensajes de advertencia para asegurar su supervivencia. Los seres humanos nos diferenciamos de los demás seres vivos al incorporar el lenguaje como medio de comunicación, una capacidad única que nos permite exteriorizar nuestro mundo interno y compartir con otras personas toda su riqueza.
Si bien el lenguaje es un instrumento de comunicación que integramos con naturalidad desde la niñez a través de la práctica cotidiana, necesitará del desarrollo de determinadas competencias para alcanzar un uso óptimo. Me gusta ejemplificar este aspecto pensando en un maratonista. La mayoría de nosotros contamos con la posibilidad de caminar y no tenemos inconvenientes en correr, llegado el caso de necesitar hacerlo; incluso muchas personas incorporan como hábito el entrenar periódicamente, debido al impacto positivo que esta práctica produce en su bienestar psicofísico. Sin embargo, si deseamos correr una maratón, necesitaremos mucho más que “saber correr”; será necesario seguir un estricto plan de entrenamiento que incluya la incorporación de nuevos saberes, herramientas técnicas, hábitos saludables y una alimentación acorde al esfuerzo físico, entre otros.
Un dato interesante en cuanto al lenguaje, nos habla acerca de la importancia de comprender que además de constituir una herramienta comunicativa, se trata de un elemento que interviene en la construcción de la realidad. Es decir, nuestras ideas y pensamientos, expresadas en palabras, construyen el mundo que vemos y experimentamos. Un mundo que compartimos con quienes nos rodean, de quienes también recibimos subjetividades en forma de símbolos, por lo que la comunicación se constituye un fenómeno social, una interacción que no se limita a la mera transmisión de información, sino que se retroalimenta constantemente por medio de la participación y la puesta en común.

Mucho más que palabras
Pensar en el lenguaje o en la comunicación teniendo en cuenta únicamente a las palabras constituye un error involuntario que muchas veces cometemos. Gracias a los aportes de la corriente sistémica y de las investigaciones que arribaron a la elaboración de la Teoría de la Comunicación, como así también a los estudios sobre lingüística, hoy sabemos que toda conducta humana es un acto de comunicación. Su definición excede el uso de la palabra y combina el lenguaje corporal, los gestos, el tono de voz y hasta la relación que tenemos con nuestro interlocutor. También podemos ser conscientes de las barreras existentes al momento de intentar conectar con el otro, que van mucho más allá de las diferencias en cuanto a idiomas y conceptos, y hacen referencia a los saberes previos, las historias personales, los filtros o esquemas mentales y las competencias comunicativas, entre otros aspectos.
Paul Watzlawick establece en su teoría que es imposible no comunicarnos. El silencio puede emitir un mensaje tan poderoso como una expresión sonora. Una mueca involuntaria, un gesto físico, una actitud, una conducta… todos ellos “expresan algo”, todos se transforman en mensajes inevitablemente “leídos” e interpretados por el otro, condicionando el proceso comunicativo a interpretaciones subjetivas.
“No te dije lo que quise decirte, ni escuchaste lo que en verdad te dije”
A medida que vamos creciendo, al ya problemático asunto de la comunicación humana se le suma un ingrediente más: nuestra incongruencia. Poco a poco vamos perdiendo la espontaneidad propia de la niñez y comenzamos a “cuidar las palabras”. Por distintas razones tememos expresar lo que realmente pensamos o sentimos, nos volvemos más reservados, a veces más preocupados por la imagen que proyectamos al mundo que por la coherencia. La comunicación puede presentarse entonces como un proceso “absurdo y contradictorio” que carece de efectividad.
En medio de la complejidad y el misterio de la comunicación humana, solemos enmascarar las emociones ocultándolas detrás de frases armadas. Nuestras indecisiones e incongruencias se cuelan entre las palabras enviando un mensaje ambiguo y confuso.
Como no sabemos lo que queremos no nos jugamos por aquello que deseamos, nuestro interlocutor no nos comprender y, por ende, no alcanzamos aquello que anhelamos. (Mónica Andrea Fischer)
Hoy más que nunca necesitamos “entrenar la comunicación”, es decir, buscar intencionalmente un desarrollo constante en esta área de nuestra vida. A la hora de comunicar lo que pensamos y sentimos, cada uno de nosotros tenemos algunas tendencias que se ponen en evidencia al reflexionar tanto sobre nuestra conducta externa, como al explorar nuestras creencias, patrones de pensamientos, sentimientos y emociones. Algunos de nosotros tendremos inconvenientes para expresar nuestras opiniones, necesidades y deseos, otros, en cambio, seremos más extrovertidos en este aspecto pero quizás tendremos dificultades para expresarnos de manera apropiada, sin resultar agresivos o hirientes; lo cierto es que todos descubriremos algo para mejorar o cambiar en nuestra forma de relacionarnos con quienes nos rodean, si realmente estamos interesados en seguir creciendo. Parte de este aprendizaje está contemplado en el entrenamiento para una comunicación asertiva, cuyo objetivo es aprender a expresarnos abierta y eficazmente, ejercitando los límites, cuidando los vínculos a través del respeto, trabajando en el control de los impulsos, desarrollando la empatía y construyendo una autoestima saludable.
Referencias
- Fischer, M. (2020). Corazones paradójicos. Argentina, Buenos Aires: libro de producción independiente.
- ISFI (2012). Problemática de la comunicación familiar. Argentina: C.A.B.A. Material de Cátedra.