Cuando la crisis, el dolor o la tragedia golpean a nuestra puerta nos sumergimos en un proceso de duelo que necesita ser transitado. Nuestra mente se retuerce intentando negar lo ocurrido; en ocasiones nos llenamos de ira y buscamos culpables, otras veces abrazamos la esperanza hasta el borde de la irracionalidad, en un intento por escapar de un hecho evidente que pone de manifiesto nuestra fragilidad e impotencia.
Finalmente llega el día más temido, aquel en el que las excusas ya no sirven y las explicaciones no alcanzan, el momento en el que la angustia nos invade con todas sus fuerzas porque resulta imposible ocultar lo evidente: algo se ha roto, algo cambió para siempre, algo se ha ido. En ese momento la soledad se transforma en nuestra mejor compañía (al menos eso creemos) y escapamos de las miradas que juzgan y las voces que consuelan. Es tiempo de aceptar la pérdida y llorar la ausencia.
Quienes hemos transitado esos lugares oscuros sabemos que el dolor nunca se sana, que llegó para quedarse y es preciso aprender a convivir con su presencia. Aunque intentemos ignorarlo en medio de actividades y distracciones, unos segundos de silencio bastan para volver a escuchar su susurro y sentir que el mundo y el corazón se paralizan en medio de los recuerdos. No podemos despedirlo, pues llegó para quedarse. Puede convertirse en nuestra tortura o transformarse en un nuevo impulso, todo dependerá de cómo decidamos relacionarnos con él.
El concepto de resiliencia proviene de la física, evocando a aquellos materiales que cuentan con la capacidad de recobrar su forma original después de haber estado expuestos a una presión intensa. Las ciencias sociales adoptan su esencia y lo utilizan para estudiar la extraña habilidad de afrontar el estrés y los eventos traumáticos que algunas personas ostentan. Sin embargo, en medio de pruebas, seguimientos y observaciones descubren que no se trataría de un recurso aislado o exclusivo, sino de una herramienta que puede incorporarse a la vida.
“Lo importante de la resiliencia humana es que no es una característica intrínseca y exclusiva de determinadas personas, sino que todos y cada uno de nosotros podemos potenciarla y desarrollarla, ya que la resiliencia humana puede ser aprendida.” (Cristina Martínez de Toda)
Las etapas más difíciles de nuestra biografía pueden transformarse en un maravilloso tiempo de búsqueda y descubrimiento personal, un momento revelador en el cual se manifiesten recursos aún no explorados, que nos conecten con el impulso vital que lucha contra la extinción, que es capaz de reinventarse y crear, de superarse y crecer. Una semilla que contiene el potencial infinito del “ser”, donde no cabe la renuncia ni la mediocridad, la tibieza o la apatía, porque nació para brillar, para dar y darse, para vivir.
¿Sobrevivientes o supervivientes?
Vivimos en un mundo cambiante y hostil, en donde sobrevive solo aquel que logra adaptarse. Una verdadera “jungla de cemento” en donde los saberes del presente no son más que el analfabetismo del futuro, en donde la lucha por el poder y el tener se cuelan sin permiso en nuestros hogares y nuestros pensamientos, que nos transforma en un objeto que pierde utilidad y se pasa de moda con el correr de los años. En ocasiones nos sentimos demasiado vulnerables frente a todo lo que sucede a nuestro alrededor, peligra nuestra estabilidad, nuestra estima, nuestra salud física y mental.
“Ya no quiero ser solo un sobreviviente” – protesta Víctor Heredia en su memorable canción – y en su melodía nos unimos todos aquellos inconformistas que nos resistimos a observar simplemente como pasa la vida, luchando por vivir un día más. Nuestra vida no puede limitarse a resistir, a vivir tímidamente y sin esperanza, colgados de viejos recuerdos, de nostalgias y fracasos, siendo simplemente sobrevivientes. Tanto la victimización como el asistencialismo impiden el desarrollo de la resiliencia, porque nos rebajan a un estado de indefensión que nos expone a la manipulación, a la depresión, a la renuncia y a la muerte.
Ser supervivientes implica mirar hacia adentro y hacia atrás, mas no para lamentarnos, sino para reconocer y cambiar; entendiendo la existencia como un bien que debe ser administrado con sabiduría y responsabilidad.
Ser supervivientes habla de enfrentar la vida con una misión y un propósito, con la grandeza de sabernos capaces y la humildad de reconocernos necesitados del otro. Con la disposición y la disponibilidad para construir y crear, comprometerse e ir por más.
Ser supervivientes tiene que ver con aceptar sin renunciar, con llorar sin perder la fe, con abrazar el dolor sin dejar que nos destruya, con transformar la impotencia en el impulso que nos lleve a buscar nuevas posibilidades.
Referencias
- Becoña, Elisardo. Resiliencia: definición, características y utilidad del concepto. Revista de Psicopatología y Psicología Clínica Vol. 11, N.’ 3,pp. 125-146,2006 ISSN 1136-5420/06. Asociación Española de Psicología Clínica y Psicopatología. Recuperado de: http://e-spacio.uned.es/fez/eserv/bibliuned:Psicopat-2006-E3EEEFE3-E4DF-43B4-C15D-FF038F693092/Documento.pdf
- Kotliarenco, María Angélica (1997). Estado del arte en resiliencia. Organización Panamericana de la Salud Oficina Sanitaria Panamericana, Oficina Regional de la Organización Mundial de la Salud. Recuperado de: http://www.ugr.es/~javera/pdf/2-3-resiliencia%20libro.pdf
- Martínez De Toda, Cristina (2018). Resiliencia Humana: Consejos para desarrollarla a través de la Fábula del helecho y el bambú. CogniFit. Extraído de: https://blog.cognifit.com/es/resiliencia-humana