
El miedo es una llamada de alerta, una voz interior que nos advierte sobre un peligro inminente. Ante su llegada todo nuestro ser se prepara: los sentidos se agudizan, la respiración se acelera, el corazón late con mayor intensidad. La mente se apresura para tomar una decisión que garantice nuestra supervivencia: huir o atacar.
¡Alto! ¡Un momento! Muchas veces sentimos miedo aunque no estemos frente a una situación de “vida o muerte”, es más, en algunas ocasiones el miedo no es más que el producto de una historia que se ha tejido en nuestra mente, en base a inseguridades e incertidumbres que nos desestabilizan.
“Siempre que corremos un riesgo y entramos en un territorio poco familiar o nos colocamos en el mundo de un forma nueva, experimentamos miedo. Muy a menudo, ese miedo impide que progresemos en nuestras vidas. El secreto consiste en sentir el miedo y hacerlo de todos modos.” (Jeffers, S., 2007, p.15)
¿A qué le tenemos miedo?
A veces se trata de miedos enraizados en nuestro pasado, que nacieron en medio de experiencias negativas o traumáticas, fueron alimentados por una crianza sobreprotectora y se fortalecen día tras día a través de los prejuicios y las creencias personales. En otras oportunidades los miedos están relacionados con las condiciones del presente, es decir, con las situaciones reales que estamos atravesando y que no sabemos cómo enfrentar ni mucho menos cómo resolver. A menudo los miedos ganan territorio en nuestra mente en medio de un estado de ansiedad extrema, frente a un futuro que se presenta como incierto, amenazante, fuera de nuestro control.
Jeffers explica que, “aunque la incapacidad de enfrentarse al miedo pueda parecer y sentirse como un problema psicológico, en la mayoría de los casos no es así” (2007, p 14), sino que está relacionado con un “problema educacional” que puede ser abordado y tratado con éxito. Dejar de ver a los miedos como monstruos que obstaculizan nuestra vida y recibirlos como un “mal necesario” que pueden transformarse en el motor que nos confronte y nos desafíe a superarnos, puede ser un buen punto de partida.
¿Verdugos o aliados?
Quizás el problema no radique en la existencia de los miedos, ya que todos los padecemos en menor o mayor medida, sino en la forma en que nos relacionamos con ellos. Sí, así como lo lees, aquí también entra en juego la señora percepción. ¿Estoy insinuando que debería hacerme “amiga” de los miedos? Recuerdo en este momento esa vieja frase que reza: “si no puedes contra ellos… únete”. Necesitamos encontrar la forma de dejar de combatir contra esa voz insistente y molesta y capitalizar las emociones de modo que jueguen a nuestro favor.
Para cambiar nuestra perspectiva y posición frente a los miedos, deberemos tomar al menos tres decisiones fundamentales:
1 – Enfrentar los miedos
Dejar de disimular o negar su existencia distrayéndonos con otras cosas, dejar de huir de aquello que genera en nosotros temor (poniendo excusas, procrastinando), dejar de evitarlos (tratando de no exponernos a ellos). Tomar la firme decisión de seguir adelante a pesar de su perturbadora presencia.
2 – Cambiar nuestro lenguaje
El estado de ansiedad, la revolución en el estómago, las manos sudorosas, la voz que nos dice que “no vamos a poder”… nada de eso es imaginario, es muy real. Generalmente nos sumamos a su discurso y asentimos: “es verdad”, no voy a poder. Nos creemos la mentira y decidimos que, antes de fracasar, de hacer el ridículo, de perder tiempo y energías, será mejor desistir, abandonar, rendirnos ante los miedos.
Cambiar mi lenguaje implica reconocer que los peligros son reales (nadie puede asegurarnos que las cosas van a funcionar), pero que los temores no van a detenernos. Es lo que quiero y voy por ello. Voy a luchar, a capacitarme, a intentarlo una y otra vez, porque lo que no me mata me fortalece; de ninguna manera será un tiempo perdido, será un tiempo victorioso de aprendizaje, lo logre o no.
3 – Actuar
Los expertos aseguran que la única forma de vencer el efecto de las fobias sobre nuestra vida es exponernos a ellas. Algo parecido sucede con los miedos. La pasividad y la renuncia no harán que los miedos desaparezcan, pero la exposición y la confrontación serán la clave para darles batalla. Cuando decidimos actuar “a pesar de…”, le quitamos autoridad a los miedos. Tal vez ellos no desaparezcan, pero a través de ese cambio de actitud tomaremos nuevamente el control de nuestra vida, transformando la adrenalina en el combustible necesario para seguir creciendo.
Referencias
- Jeffers, Susan (2007). Aunque tenga miedo, hágalo igual: Técnicas dinámicas para convertir el miedo, la indecisión y la ira en poder, acción y amor. España: Swing. Recuperado de: https://books.google.com.ar/books?id=TDyM_mOGPIEC&printsec=frontcover&hl=es&source=gbs_ge_summary_r&cad=0#v=onepage&q&f=false